La evolución del mail hasta la obsesión de respuesta

Cuando comenzó a hacerse más popular el mail, ya se vislumbraba que acabaría siendo una de las herramientas más utilizadas para el intercambio de información no sólo personal, sino también laboral.

Año tras año se fue comprobando cómo se iba imponiendo para “dejar por escrito” cualquier tipo de información que se intercambiaba entre los miembros de una empresa, ya fuera en la comunicación ascendente, descendente o incluso entre cargos de similar categoría.

Llegar a la oficina, encender el ordenador y revisar el mail era la primera de las rutinas que se impuso a partir de los años 90, cuando ya funcionaba a toma máquina. Y llegaron los smartphones, para revolucionar la situación y poder leer el correo electrónico allá donde se estuviera.

Sin embargo, a la utilidad, también le llega la pérdida de tiempo. En forma de spam. Hasta que las bandejas de entrada consiguieron deshacerse de los molestos mails que llegaban de compañías con las que jamás se había contactado y de fraudes variados debido a la venta de datos que acometían algunas compañías, haciendo ardua la tarea de descartar correos y quedarse sólo con los más importantes.

Hoy en día se vive prácticamente pendiente de la actualización del mail. Según van cayendo más mails en la carpeta, casi es una cuestión de vida o muerte contestar y gestionar cuantos más mejor a lo largo del día. Los cargos que reciben numerosos mails se encuentran con la complicada tarea de priorizarlos para ir dando respuesta y darlos por cerrados – no nos olvidemos de eternas cadenas de mails que parece que no acabarán nunca-.

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Por suerte, cada vez aparecen más aplicaciones que permiten, de forma digital, poder gestionar la información recibida y clasificarla y demorarla en caso de necesidad, sin que se acabe dejando en el olvido. En móvil, tablet o incluso en los pc, sincronizar la información y poder apuntar, como se hacía tradicionalmente en la agenda de toda la vida, es siempre un adelanto. Trabajar en remoto se lleva y viene imponiéndose en la última época y sólo por ello hay que empezar a plantearse que muchas veces la respuesta a un mail puede esperar.

De hecho, hay corrientes que dicen que no se debe comenzar a contestar un mail hasta casi 10 minutos después de haberlo releído por segunda vez. Por aquello de poder asentar las ideas, conseguir las conexiones necesarias en la respuesta y ser mucho más productivo y directo en la contestación.